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Ana Pearson es una mamá que decidió criar a su hijo Jacinto lejos del uso excesivo de las pantallas. La entrevistamos para que nos cuente por qué tomó esta decisión, cómo la sostiene y por qué afirma que las pantallas son el problema y no la solución para tener un rato “de paz”.
¿Cómo manejás las pantallas con Jacinto?
En la actualidad, las pantallas están en todos lados y, a no ser que vivas en una isla desierta o apartado de la civilización, es casi imposible -e incluso, quizás, absurdo- pretender evitar contacto con ellas. Lo cual no significa que haya que habilitarlas sin consciencia alguna.
Entendamos que cuando digo “en la actualidad”, me refiero a una actualidad muy reciente. Yo, que estoy a poco de cumplir 27 años, tuve una infancia de mucho contacto con la naturaleza, correr, saltar, embarrarme, andar en bici, dibujar, escribir cuentos, juegos con mis hermanas y mis amigos hasta cualquier hora… ¡Pero en ese momento las pantallas ya existían! ¡Qué cambió? Todo. Pasamos de tener una televisión en el living a tener tablets y celulares que parecieran ser una continuidad de nuestra mano. Pasamos de tener que acomodarnos nosotros a la pantalla -ir al lugar dónde estaba la tele y ver lo que fuera que estuvieran pasando- a que las pantallas se acomoden a nosotros: ahora podemos hacer uso de ellas en el desayuno, el auto, el restaurant y la sala de espera, y encima podemos ver prácticamente cualquier cosa. Si alguna vez tuvimos que esperar una semana entera para ver el segundo episodio de la serie de turno, hoy podemos bajarnos una temporada entera en un día. El nivel de dopamina que estamos segregando a causa de las pantallas no tiene precedentes.
Dicho todo esto, paso a responder la pregunta. Jacinto tuvo sus primeros -y muy esporádicos- contactos con pantallas alrededor de sus dos años y medio. Esto sucedía, el 100% de las veces, cuando estábamos en otras casas y alguien le mostraba un dibujito o había una tele prendida. En nuestra casa, la pantalla era un no rotundo hasta este año. Hoy, con sus cuatro años recién cumplidos, Jacinto ve dibujitos cada tanto (en promedio, una o dos veces por semana). Lo importante, para mí, es no perder el foco de lo dañinas que son para el desarrollo, ya que es muy fácil agarrarles el gusto por todo el tiempo que parecieran regalarnos. Y digo parecieran, porque al final del día es como una ilusión óptica. Nada es gratis, y esa horita que nos “regaló” el prender la tele se nos va a cobrar de una forma u otra -y con intereses (voy a ampliar respecto a esto más adelante).
Vos, cómo mamá, ¿qué pensás y observás en tu hijo y en otros niños y niñas cuando usan pantallas?
Puedo decir que el humor y la energía de Jacinto cambian drásticamente -para mal- después de consumir pantallas. Se trata del famoso bajón post-dopamina. Mientras que cuando pasa varios días sin ver pantallas, su humor mejora, está más regulado y creativo y juega más. En otros niños que consumen pantallas a diario, noto una gran disociación con la realidad y consigo mismos. Incluso modifican su acento a uno mexicano o latino (yo soy y vivo en Argentina) que es el acento de la mayoría de los dibujitos, y toman prestada la personalidad de sus personajes preferidos. Otra cosa que noto, es que son niños que se aburren muy fácilmente. La vida real les cansa porque, al lado del mundo de ruidos, colores y sobreestímulos de las pantallas, la realidad se vuelve gris e insípida. ¿Se dan cuenta del peligro que esto conlleva? Veo niños que se duermen de aburrimiento ante la idea de un libro, un juego de mesa o una pelota. No tienen ganas de nada que no sea jugar jueguitos o ver Youtube Kids.
Por otro lado, sucede que los niños desarrollan una enorme dependencia de pantallas, pensemos que las mismas fueron meticulosamente diseñadas para que no podamos parar de consumirlas y se puede afirmar, sin un pelo de exageración, que son una adicción.
Si para nosotros, adultos, es un desafío controlar el uso de pantallas y podemos pasar largos ratos scrolleando en redes… ¿qué les queda a los más pequeños, cuyo neocórtex aún no está del todo desarrollado? El nivel de estímulo que propician las pantallas contradice nuestra fisiología, ningún cerebro está preparado para lidiar con tanta dopamina, muchísimo menos el de un niño pequeño.

¿Cuáles son tus diez mandamientos para consumir pantallas de manera segura?
Mis diez mandamientos fueron tomando forma cuando la pantalla ingresó en nuestro hogar y yo me llené de preguntas. Dije “Ok, vamos a ver pantallas. Pero: ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿dónde?, ¿por qué…?”. Y llegué a esto:
1 – No comerás viendo pantallas.
Esto para mí es un NO rotundo. Comer frente a pantallas implica un doble golpe de dopamina y nuestro cerebro empieza a vincular a la comida con las pantallas, por lo cual es más que probable que terminemos comiendo más de la cuenta. Comer de manera saludable va mucho más allá de lo que comemos, también es importante cómo comemos. Y para que haya una conexión genuina con el alimento y la saciedad, es preciso comer sin pantallas presentes.
2 – No verás pantallas de noche.
Una vez que se esconde el sol, las pantallas quedan estrictamente vedadas en esta casa. Llenarnos de luz azul cuando nuestro organismo tiene la expectativa de oscuridad o luces muy tenues, irrumpe con nuestro ciclo circadiano y, en consecuencia, con nuestro bienestar visto desde todos los ángulos. Llenarnos de ruido, luces fuertes y sobreestímulos cuando nuestro organismo precisa silencio y tranquilidad, hace lo mismo. De más está decir que esto aplica a grandes y chicos. La serie de Netflix a las 10 de la noche en la cama, también destruye tu salud. Sin embargo, hay dos diferencias radicales entre ambos escenarios: la primera es que, reitero, los niños y niñas están en pleno desarrollo y en consecuencia, entre muchas otras cosas, deben descansar más y mejor que los adultos. Cómo descansen afectará su desarrollo de por vida. La segunda diferencia es que los adultos somos, justamente, adultos. Por ende, es nuestra responsabilidad tomar decisiones buenas o malas para con nosotros mismos. Yo soy libre, si quiero, de pasarme la noche entera viendo series, nadie me va a venir a frenar. Sin embargo, los niños no tienen -ni deben tener- semejante poder de decisión. Por algo son niños. Si dejamos en sus manos las decisiones del día a día, es muy posible que desayunen chupetines, almuercen helado y se pasen el día encerrados viendo la tele. Por suerte, los niños están a cargo de adultos que resguardan su bienestar y toman estas decisiones por ellos. Y gracias a los adultos, ningún niño desayuna chupetines ni almuerza helado, y ningún niño debería pasarse el día entero -ni muchísimo menos- viendo pantallas.
3 – Ver pantallas nunca será lo primero que hagas al despertar ni lo último que hagas antes de ir a dormir.
Lo primero que hacemos cuando despertamos, es un gran determinante sobre cómo nos sentiremos y las decisiones que tomaremos durante el resto del día. Arrancar la mañana con una sobredosis de dopamina, nos condena al fracaso y al malestar. Lo mismo sucede a la noche. Cómo descansemos estará determinado, en gran parte, por nuestra rutina de sueño. Existen personas -grandes y chicos- que se van a dormir viendo la tele y déjenme decirles que esta “inocente” costumbre sale muy cara y atrofia la salud de cualquier ser humano.
4 – Las pantallas nunca serán utilizadas como medio de premios, castigos o manipulación.
En casa, los premios y castigos no existen. Pero si existieran, nunca, jamás de los jamases, serían con pantallas. Recordemos que las pantallas son adictivas y aunque pueden parecer muy útiles a la hora de hacer que nuestros hijos hagan exactamente lo que queremos (horror), lo cual debería hacernos muchísimo ruido porque habla del nivel de poder que tienen las pantallas -no nosotros ni nuestra palabra- sobre nuestros hijos. Es como usar cocaína para manipular a un cocainómano: será nuestra marioneta. ¿Y qué tiene esto de positivo? Absolutamente nada. Dejemos de alimentar esta adicción y sobre todo, dejemos de hacerlo pensando en nuestro propio ombligo porque les estamos generando un daño irremediable a los niños.
5 – Sólo verás películas o dibujitos aprobados por mí.
Jacinto no puede ver nada que yo misma no haya visto y aprobado. Él solo ve dibujitos en mi computadora (no tenemos tele y mi celular nunca lo usó ni usará). No tiene acceso a Netflix, Disney, Youtube Kids, etc. para servirse a gusto y piaccere de lo que se le antoje ver. No, no. A la hora de elegir, me fijo, principalmente, que se trate de pelis o series que no lo sobreestimulen más de la cuenta. Nada de Cocomelon, Paw Patrol ni nada que se le parezca. Nada de dibujitos llenos de colores y boludiálogos donde el espectador toma una postura sumamente pasiva pues no tiene ni que pensar. Me fijo también, por supuesto, en el contenido. Ningún dibujito con bajada de línea, violencia o información no apta para niños. Entonces, ¿qué ve Jacinto? Lo que más ve es una serie animada llamada “Little Bear” (Pequeño Osito). Se trata de un dibujito réquete naive, bastante vieja y por ende los colores de los dibujos no son tan chillones. La serie es inocente, tranquila, se mueve despacio. Los personajes se tratan con mucho respeto entre sí. No hay bajada de línea. Aprobada 100%. También ve Winnie Pooh (los dibujitos viejos, no los actuales), documentales de animales y algunas pelis como Peter Pan, Robin Hood, Mary Poppins, Toy Story 1 y 2, 101 Dálmatas y Shrek. En varias de estas películas hay escenas que a Jacinto le dan miedo así que las salteo. Nunca las ve enteras de un tirón, siempre en dos o tres veces.
6 – No verás pantallas todos los días.
Es fácil autoconvencerse de que, al haber un marco claro y dentro de todo saludable en el uso de pantallas, podemos acudir a este recurso todos los días. Es fácil y cómodo. Sin embargo, recomiendo fuertemente que no caigan en esa dinámica. Por un breve periodo de tiempo -habrán sido dos semanas-, caí en ese error y el comportamiento de Jacinto cambió muy bruscamente y para mal. Lo noté muy irritable, desganado, cansado, enojado, etc. No sumaron nada bueno. Porque no importa si estamos viendo el dibujito más tierno y tranquilo del mundo o si no comemos mientras vemos la tele, no ver nada siempre será una mejor opción. Cuando me di cuenta de lo que estaba sucediendo, corté de inmediato y volvimos a la dinámica actual donde las pantallas son la excepción y no la regla.
7 – No verás pantallas si estás enojado, triste o cansado.
Y no desde un lugar manipulativo eh. Al contrario, en esta casa está permitido sentir y todas las emociones son válidas. Justamente por eso, me parece crucial que Jacinto NO tape sus emociones con dopamina. Entonces nunca me verán ofreciendo algo rico o una peli para calmar su llanto. Si hay ganas de llorar, entonces lloremos. Y dejemos de tapar emociones porque, justamente, las estamos tapando, pero siguen ahí. Y si no les permitimos ser expresadas en su justo momento y a su justa manera, encontrarán otra vía para manifestarse, como por ejemplo, afecciones físicas. Desde ya que, si Jacinto me pide pantallas estando en alguno de estos estados, jamás le digo “no, porque estás enojado”. Eso sería demasiada información. Simplemente digo que no, a la vez que acompaño y ayudo a sostener su malestar como él lo necesite.
8 – No verás más de una hora de pantalla por día.
Las recomendaciones oficiales dicen que a partir de los dos años los niños pueden pasar una hora diaria frente a una pantalla, pero a mí no me importa lo que digan esas recomendaciones. Acá la que toma las decisiones soy yo, y mi intuición me dice, con muchísima claridad, que una hora de pantalla es muchísimo y más de una hora es un exceso peligroso. No aplico lo que dice la recomendación oficial y recomiendo fuertemente que ninguna familia lo haga, muchísimo menos con un niño de dos años. Podemos quedarnos tranquilos si queremos, pero desde mi mirada, es una actitud muy cómoda y de cero cuestionamiento. ¿Quiénes dan estas famosas recomendaciones oficiales y cuáles son sus intereses? ¿De verdad somos tan ingenuos de pensar que lo que un organismo oficial recomiende será en pos de nuestro bienestar? Empecemos por decir que nadie se puede basar en ningún estudio para dar dichas recomendaciones, básicamente porque no existe ningún estudio. Nuestros hijos son la primera generación criada con este nivel de pantallas disponible, son como ratas de laboratorio y, en todo caso, los futuros estudios serán basados en ellos. Y mi pronóstico es que, al paso que vamos, los resultados no van a ser nada buenos. Una hora de pantalla por día es un montón. A los dos años, mi tiempo recomendado es cero horas por día.
9 – La pantalla es una recompensa que deberás ganarte.
Antes de saltarme a la yugular -sé que esa oración suena polémica-, denme una chance de desarrollar este punto. La pantalla no funciona a modo de premios en casa, ya lo expliqué. Pero sí, al ser una fuente tan alta de dopamina, me resulta imperioso que no sea dada de forma gratuita. ¿Y por qué? Muy simple: la dopamina, en un contexto natural, nunca es gratis. Siempre hay que hacer algo para ganarla. Entonces, si bien este es el más flexible de mis mandamientos y no lo aplico siempre, la gran mayoría de las veces, cuando Jacinto me pide ver Little Bear y yo accedo, antes le pido alguna cosa. Entonces, de nuevo, no lo planteo como un premio o una amenaza (“si ordenás tus juguetes podés ver Little Bear”) sino como un pedido (“ok, podés ver, pero la mesa en donde va la compu está llena de lápices, así que primero tenés que despejarla” o “sí, podés ver Little Bear, pero primero por favor guardá tus juguetes en el canasto”). Los pedidos siempre son realistas y acordes a su etapa de desarrollo. Y mi objetivo con esto no es que Jacinto ordene sus juguetes, no lo hago en beneficio propio. Lo hago por él. Para que, antes de obtener dopamina, su cuerpo siga un circuito más o menos lógico.
10 – No consumirás contenido “educativo”.
Y por educativo no me refiero a documentales y similares, sino a contenido que “baja línea” y te presenta información que yo no considero apta niños, por ejemplo: prevención de abusos sexuales o dibujitos que te expliquen que hay que comer verduras, cuidar el medioambiente y portarse bien. De los valores de mi hijo me ocupo yo y a mi manera, gracias. Por otro lado, suelo evitar también el otro contenido educativo más bien informativo (historia, datos científicos, etc.) y no porque me parezca malo sino porque sé que Jacinto disfruta más de ver Little Bear y me parece importante tener bien en claro que las pantallas siempre serán pantallas. Así estén aprendiendo el abecedario, no nos engañemos, las pantallas no suman. Pueden inyectarnos un montón de información, pero el aprendizaje real sucede allá, afuera, en la vida real. Así que permito que así sea y que cada cosa tenga su lugar.
¿Por qué podrían ser “inseguras” las pantallas?, ¿Cuáles pueden ser las consecuencias?
Además de los perjuicios en el desarrollo general, las pantallas pueden ser responsables -de forma parcial o total- de trastornos como depresión infantil y ansiedad, y de conductas como irritabilidad, hiperactividad y retraimiento social. Voy a decir algo fuerte pero que me parece un deber mencionar: la cantidad de pantalla que consumen los niños está directamente relacionada a las posibilidades de que cometan suicidio. Esto no es una opinión, es un hecho. Hay varios estudios que lo demuestran, no los voy a citar, pueden googlearlos fácilmente. Todos ellos llegan a la misma y cruda conclusión: cada hora que pasan nuestros hijos frente a una pantalla, incrementa sus chances de suicidarse. Es horrible, pero es real. Y no traigo esta información con el fin de juzgar, señalar o inyectar culpa, sino para generar conciencia. El hecho de que las pantallas generan daño irreparable en los niños seguirá siendo verdad indiferentemente de que yo lo diga o no. Como madre, prefiero siempre contar con esta información, por más difícil de digerir que pueda resultar, porque me pone en un lugar desde el cual puedo accionar y reparar. Hay estudios que demuestran que a partir de dos horas esto o que una hora lo otro. Quiero dejar algo en claro: que una hora “no sea tan terrible” (extremadamente subjetivo), no es un pase libre a mirar una hora o cuarenta minutos o el tiempo “recomendado” de pantallas todos los días. Que quede bien claro: cero pantallas siempre va a ser la mejor opción. Mirar pantallas todos los días, así sean veinte minutos, no es natural y hace mal.

¿Qué les dirías a las mamás y papás que cuentan con los ratos de pantalla para trabajar o limpiar la casa?
A las mamás y papás que ya tienen integrado el uso de pantallas en su dinámica familiar, les diría que hay retorno. No es fácil, se requiere de voluntad, firmeza y muchísima empatía. Entendamos que los niños que consumen pantallas de forma regular son adictos a ellas -es esperable que se comporten como tales si se las sacamos. Lo bueno es que, una vez superado el periodo de abstinencia, todo vuelve a la normalidad y nuestros hijos vuelven a ser ellos mismos. He leído incontables testimonios de mapadres que decidieron decirles chau a las pantallas de una vez y para siempre. Gracias a ello, pudieron ser testigos de la verdadera esencia de sus hijos, de todo de lo que son capaces cuando no está esa adicción obstruyendo su crecimiento constantemente. De repente los niños reconectan con la realidad y comienzan a jugar, escribir, dibujar, inventar, construir, aprender. Mejoran su conducta, su humor, su tolerancia a la frustración, su forma de vincularse. Todo mejora. No hay ninguna contra. Lo voy a decir de nuevo: no hay ninguna contra en quitar las pantallas. Ustedes dirán “pero Ana, la contra es que ahora ya no puedo trabajar en paz o estar un rato tranquila”. Déjenme decirles que no es así. Las pantallas son una trampa. Un caballo de Troya. Por fuera vemos un montón de horas de tranquilidad. Lo que no se ve, lo que se esconde dentro del caballo, son niños desregulados, demandantes, que no saben entretenerse solos si no es con pantallas, que cuando están sin pantallas las piden hasta el cansancio… Damas y caballeros, eso es sencillamente agotador. Y basándome en el sentido común y en mi propia experiencia, puedo afirmar sin pestañear que criar con pantallas es más trabajoso que criar sin pantallas. O sino, ¿cómo hacían nuestros padres y abuelos sin ese recurso?
El problema es que una vez que las introducimos, sonamos. Porque damos diez minutos y los chicos piden quince. Y esos quince se transforman en veinte que de repente son media hora y cuando menos te diste cuenta, caíste en una dinámica en la que tus hijos ven dos o tres horas de pantalla por día y pareciera que sin eso no sobrevive nadie: ni ellos ni vos. Creeme, es mentira. Vuelvo a lo mismo: es una adicción. Tus chicos se calman cuando satisfacen su adicción y se vuelven insoportables cuando no. Entonces nuestro razonamiento es que si quitamos las pantallas, nuestros hijos van a ser insoportables el 100% del tiempo. Pero no es así. Van a ser SUMAMENTE difíciles durante una o dos semanas (período de abstinencia) y luego volverán a ser los niños calmos y regulados que siempre fueron. Las pantallas no son la solución, son el problema. ¿Mi consejo? Erradiquen las pantallas de sus hogares. Es un viaje de ida (me encuentro en ese viaje actualmente, estamos en el día 5 de cero pantallas mientras escribo esto). Tus ratos diarios de tranquilidad van a seguir estando, solo que en lugar de estar embobados frente a pantallas, tus hijos estarán armando torres de madera, dibujando o inmersos en las páginas de algún libro.
¿Qué herramientas les podés brindar a estas familias para reemplazar el uso de pantallas?
Seamos realistas. Y empáticos. Nosotros introdujimos esta adicción, nuestros hijos no tienen la culpa. Quitamos las pantallas con responsabilidad, validando, observando y brindando alternativas de entretenimiento. Es una linda oportunidad para desempolvar juegos de mesa, rompecabezas, libros y demás. También es una linda oportunidad de habilitar el aburrimiento, darle lugar, permitirle ser. Pues es el aburrimiento un terreno fértil para que broten pequeñas ideas y florezcan grandes juegos, proyectos e invenciones.
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