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Ana Pearson es una persona comprometida con el medio ambiente. Y sin embargo, come carne, mucha carne. Su hijo Jacinto desayuna carne casi todos los días desde que inició la alimentación complementaria. La entrevistamos para que nos cuente por qué comer carne es saludable, y por qué es más sostenible que comer vegano.
Tu hijo y vos comen mucha carne. Dicen que comer tanta carne no es saludable… ¿qué pensás?
¡Sí! La carne nos encanta y además consideramos que es lo más saludable. Dicen que la carne es perjudicial para la salud, es verdad, ¡tantas cosas se dicen!

Actualmente estoy leyendo “El Concepto del Continuum”, de Jean Liedloff. Para quienes no estén familiarizados con el libro, no trata sobre alimentación ni mucho menos, pero hay algunas ideas muy interesantes que siento que se pueden aplicar a la salud física. Liedloff habla sobre expectativas: expectativas biológicas y fisiológicas que nuestro cuerpo y cerebro han desarrollado a través de millones de años de evolución para adaptarnos al entorno de manera eficiente y asegurar tanto nuestro bienestar óptimo como nuestra supervivencia como especie. Esta expectativa puede mutar, evolucionar y ajustarse a través del tiempo, sí, pero, ¿cuánto tiempo debe perpetuarse un cambio en nuestra dinámica o entorno para que esa expectativa se ajuste?
Cito un fragmento del libro que habla sobre la importancia del contacto físico entre una mamá y su recién nacido: “Durante millones de años, los recién nacidos han mantenido un estrecho contacto físico con sus madres en el momento de nacer. Durante las últimas centenas de generaciones, algunos bebés han sido privados de esta importantísima experiencia, pero este hecho no ha disminuido la expectativa de cada nuevo bebé de que se encontrará en el lugar correcto”. En resumen: el genoma humano no evoluciona de un día para el otro (¿quizás porque parte de nuestra expectativa como especie es que los cambios en el entorno sean más graduales?).
El funcionamiento de nuestro cuerpo es tan complejo y fascinante (tal como dijo mi cuñado hace unos días: “nuestro cuerpo es la tecnología más avanzada”) que no podemos pretender que el mismo responda bien ante cambios bruscos que no cumplen sus expectativas biológicas. Muy por el contrario, el cuerpo es sabio, y cuando sus expectativas no se ven satisfechas, el mismo se manifiesta y nos lo comunica de manera muy clara.
Y esto me lleva a la pregunta sobre la carne: ¿cuáles son nuestras expectativas alimenticias como humanos? Basta con mirar atrás para hallar la respuesta que, si bien puede variar según la región geográfica, siempre cae dentro de ciertos parámetros, y la base siempre es la misma: sí, ¡carne! Hemos estado comiendo carne por millones de años, ¡la alimentación fue un factor clave para que evolucionáramos y llegáramos hasta aquí! Y aunque entonces la vida no fuera fácil ni amena, nuestro cuerpo estaba en condiciones de soportar las inclemencias climáticas, la hambruna y demás adversidades. No existían las enfermedades modernas que trajo la civilización: cáncer, obesidad, diabetes tipo 2 y un largo etcétera de enfermedades y patologías.
La llegada de la agricultura (hace unos 10 mil años atrás) y, sobre todo, la revolución agrícola (hace menos de 300 años) supusieron cambios titánicos en nuestros hábitos no sólo alimenticios sino de vida. Y la consecuencia fue, sencillamente, que no se cumplió nuestra expectativa biológica y, como es de esperar, nuestro cuerpo respondió.
Para explicarlo de una manera más gráfica: si comprimiéramos los 2.4 millones de años de evolución humana en las 24 horas de un reloj: hemos estado comiendo carne durante 24 horas, hemos estado comiendo trigo durante 6 minutos, hemos estado comiendo alimentos ultraprocesados durante 4 segundos. Y lo más trágico: nos vienen diciendo que comamos carbohidratos y evitemos la carne durante dos segundos.
El ser humano es omnívoro. E incluso en muchos casos (como el de las tribus Inuit o los Masai en África), la dieta es puramente carnívora. Negar y rechazar la carne significa negar nuestra naturaleza, nuestras raíces y, me atrevo a decir, nuestros deseos más primitivos.

Ahora, dejando los argumentos teóricos a un lado y yendo a mi experiencia personal como individuo y como madre, puedo decirte que restringir ciertos grupos alimenticios y aumentar mi consumo de carne me ha hecho muchísimo bien tanto a nivel físico como en lo emocional e incluso espiritual. En cuanto a mi hijo, que desayuna carne casi todos los días desde el inicio de su alimentación complementaria, puedo decirte que es un niño sumamente saludable, que jamás se enferma y, las tres veces que tuvo fiebre en su vida, se le fue en 24 horas sin intervención de medicamentos (de ningún tipo). Hay además algunos aspectos de su personalidad que me animo a atribuir a su alimentación: es un niño sumamente tranquilo, locuaz, inteligente y muy energético.
¿Y por qué, entonces, se está instaurando con tanta fuerza el discurso anti-carne? ¡Excelente pregunta! A quienes estén leyendo esto, los invito a que no dejemos de hacerla.
¿Qué comen y qué no comen vos y Jacinto?, ¿y por qué?
Lo que sí consumimos: huevos, frutas y verduras de estación, algunos lácteos (quesos maduros, yogurt, kéfir de leche y manteca) y cualquier cosa que camine, vuele, repte o nade.
Lo que no consumimos: azúcar de mesa, aceites refinados, granos o harinas de ningún tipo, legumbres, ultraprocesados de cualquier índole.
Los grises: Jacinto ha probado legumbres en algunas ocasiones, generalmente cuando está con su papá. Lo mismo con la miel, para mí es un gris: elijo no dársela, pero no se me viene el mundo abajo porque consuma un poco de miel en alguna que otra ocasión. Y este es el caso también de los frutos secos: no están presentes en nuestro cotidiano, pero a Jacinto le encantan y cada tanto consume.

En cuanto al por qué, creo que la respuesta quedó bastante cubierta en la primera pregunta, pero vamos a algunos detalles específicos sobre las legumbres, que es lo que más le suele intrigar a la gente, pues las mismas tienen muy buena fama. Hay mucho que decir sobre las legumbres, y la nutrición no es mi especialidad pero, siendo breve, contienen una cantidad elevada de antinutrientes que causan inflamación e impiden la absorción de algunos minerales como el hierro o el zinc.
De todos modos, creo que la clave está en la escucha al cuerpo. Puede que haya personas que toleren mejor el consumo de legumbres, no es nuestro caso. Tanto Jacinto como yo nos hinchamos instantáneamente después de consumir legumbres y nos genera muchísimo malestar estomacal, así que muchas gracias, pero me quedo con la carne.
Respecto a los hidratos de carbono, aún estoy acomodando mis ideas. Desde ya creo que la dieta estándar americana, al igual que la pirámide nutricional que nos enseñan en el colegio, incluyen una cantidad atroz de carbohidratos sumamente perjudicial para nuestro organismo. Cualquier forma de alimentación que restrinja granos y ultraprocesados en general será, por defecto, baja en hidratos de carbono. Por otro lado, a mí, personalmente, me sienta bien reducir aún más los carbohidratos y pongo el foco no sólo en que mi “dieta” sea basada en comida real sino, además, en que sea low-carb. Pero no pienso que este criterio aplique a todas las personas.
Este tipo de alimentación, ¿no es cara?
Existe una creencia colectiva de que comer saludable es para unos pocos privilegiados y, desde mi propia experiencia, te puedo decir que esto se aleja muchísimo de la realidad. Varios puntos a tener en cuenta respecto a esto:
1- Si bien la carne es cara, la misma genera muchísima más saciedad quelos alimentos típicos de una SAD (Dieta Estándar Americana). Personalmente, desde que como de esta manera, suelo hacer dos comidas por día (sin “picotear” en el medio) y con eso estoy satisfecha. Jacinto igual, se llena con mucha menos cantidad de carne que si comiera, por ejemplo, fideos con manteca o galletitas.
2- Por otro lado, en vez de poner el foco únicamente en el precio de la carne que sí, es cara, deberíamos contemplar también todos los otros alimentos que dejamos de comprar: galletitas, cereales, azúcar, dulce de leche, pastas, mermeladas, pan, facturas, gaseosas, etcétera. ¡Todos esos “alimentos” son carísimos!
3- Si incluso dejando de comprar ultraprocesados, te sigue resultando caro consumir carne, existen opciones que no solo son más económicas sino que, además, son las más nutritivas, y todos deberíamos comerlas más allá del dinero. Me refiero a los órganos: hígado, corazón, riñones, mondongo e incluso la lengua de la vaca son excelentes fuentes de hierro y vitaminas. Te digo más, de un animal se pueden – y deberían- usar todas las partes, ¡incluso los huesos! Yo los voy freezando y luego los uso para hacer caldo de huesos, que es una excelente fuente de colágeno y un mimo para nuestra salud. En cuanto a la grasa de la vaca, que cuesta alrededor de $50 el kilo, la derrito y hago una “manteca” que utilizo para cocinar todas mis comidas.
4- Por último, por más que esta forma de alimentación fuera más cara, creo que es momento de cambiar el paradigma. ¿Cómo podemos ponerle precio a nuestra salud?, ¿no debería la misma ser máxima prioridad?, ¿y cuánto nos ahorramos en médicos y remedios a mediano y largo plazo? Comer saludable es invertir en uno mismo. En lo personal, muchas veces me encontré en situaciones de muy poco dinero, y entonces decidí hacer ajustes por otro lado, sacrificar otras cosas, pero seguir comiendo carne a diario.
¿No es difícil acceder a carne, huevos y verduras de calidad?
En cuanto a la carne, huevos y verduras de calidad, te puedo hablar desde mi vivencia. Al vivir en el interior de Córdoba no es para nada difícil, no sólo comprarlos sino, incluso, producirlos. En casa tengo: acelga, calabaza, lechuga, tomates, menta, burrito, damascos, ciruelas, membrillos, duraznos, guindas, granadas, rúcula, todo orgánico, todo de mi jardín, ¡y la lista sigue! Además, hace ya varios meses tengo mis propias gallinas. Por supuesto, todo esto suena muy hermoso, pero conlleva tiempo y energía. Queda en cada uno elegir si vale la pena o no.

Por suerte, cada vez existen más opciones de alimentos agroecológicos y de calidad en todo el país. Se trata de buscar, indagar, moverse. Es parte del recorrido. Y mientras tanto, citando a Agustín Guarna: “la peor de las carnes sigue siendo mejor que el mejor de los cereales”. La carne es un súper-alimento, sea de feedlot o de pastoreo.
Sé que muchas personas leyendo esto viven en grandes ciudades y no pueden tener su propia huerta o animales. Por suerte, en la gran mayoría de los casos, siempre se puede elegir: ¿cuánto deseás vivir en la naturaleza y cuánto estás dispuesto a sacrificar por ese deseo? En más de una ocasión me han dicho: “todo lo que promovés, es desde una posición privilegiada”. Siento que ese pensamiento es sumamente limitante y no lleva a ningún lado. Toda la energía que ponemos en sacar conclusiones acerca de las vidas de otras personas, podríamos invertirla en accionar y crear la vida que nosotros anhelamos.
Cuando llegué a La Cumbre, hace tres años, no teníamos nada: ni planes, ni trabajo, ni muebles, ni vehículo, ni casa. Apenas algunos ahorros para subsistir, con toda la furia, dos meses. Pero apostamos por un proyecto familiar en contacto con la naturaleza e hicimos de todo (en serio, de todo) para llegar hasta donde estamos hoy.
¿Jacinto no pide otras cosas?, ¿nadie le da otras cosas?
Jacinto sabe que hay cosas que no come y lo acepta sin problema. Creo que en parte se debe a que nunca probó porquerías, porque una vez que experimentás la hiperpalatabilidad de los ultraprocesados, es difícil el retorno. Al fin y al cabo, son alimentos adictivos, creados específicamente para que no puedas parar de comerlos, al punto de inhibir las hormonas que regulan nuestra saciedad. Esto significa que, al consumir ultraprocesados, no sólo se está comiendo mal, sino que muy probablemente se esté comiendo de más.

Pero no me quiero ir por las ramas. Volviendo a mi hijo: el ejemplo ha sido y sigue siendo una pieza clave en la construcción del vínculo entre Jacinto y la comida. En casa no comemos porquerías y nunca es desde el sufrimiento, la queja o el mandato. Es una decisión que nace de un deseo profundo.Comemos como comemos con muchísimo disfrute, hace años ya que perdí la sensación de estar “privándome” de algo. Además, la decisión de comer nunca puede ser una decisión aislada, si queremos que la misma perdure en el tiempo. Se trata de un cambio de paradigma total. Y es por eso que así como elegimos qué comemos y qué no, elegimos también a las personas de nuestro círculo. Y en general, suelen ser personas con mucha conciencia alimenticia. No porque la dieta de las personas en sí determine si nos hacemos amigos o no, no me malinterpreten, sino por algo mucho más profundo. Hay una coherencia y una concordia sobre ciertos valores, que hacen que en la mayoría de los casos, nuestras amistades coman de manera saludable por defecto. Entonces el ejemplo que recibe Jacinto no es sólo por parte de su núcleo familiar, sino también por su círculo social.
Por supuesto que ha visto a otras personas comiendo facturas, golosinas, gaseosas y demases, pero esa es la excepción y no la regla.
Otro ingrediente importante de este cambio de paradigma consiste en correr el foco. La comida es y siempre será una fuente de placer, claro, pero antes que nada, es combustible. Existen otros medios para estimular la dopamina: ejercitar, bailar, cantar, compartir con otras personas. Nuestra vida no debería girar en torno a la comida, y por eso, cuando hay un evento social, trato de correr el foco de “las cosas ricas” que va a haber y ponerlo en las experiencias ricas que vamos a vivir, las risas, juegos, conversaciones y el compartir con otras personas.
Con respecto a si nadie le da nada que no consuma: todas las personas allegadas a mí saben que soy la reina de las hinchabolas en lo que a alimentación respecta, y por eso suelen consultarme antes de ofrecerle cualquier cosa. Cuando compartimos con personas que no están al tanto de esto, yo siempre estoy alerta o aviso. Y Jacinto mismo suele preguntarme antes de comer algo que nunca probó, tiene mucha conciencia sobre este tema. Una sola vez, en el supermercado le dieron un caramelo sin que me dé cuenta. Jacinto estaba en su cochecito, y no sabía qué era lo que le estaban dando, pensó que era un juguete y, por supuesto, no se lo comió.
¿Siempre comiste así?
No. Mis papás me criaron con bastante conciencia alimenticia, pero con una mirada diferente. Si bien no consumíamos gaseosas, galletitas de súper, jugos de sobre ni nada por el estilo, nuestra dieta era baja en carnes y alta en granos, legumbres, frutas y verduras. Tirando a vegetariana, se podría decir. En mi adolescencia empecé a interesarme mucho por la alimentación, y en el año 2016 escuché hablar por primera vez acerca de la alimentación Paleo, tuvo mucho sentido para mí y decidí probarla en el acto. En el transcurso de estos seis años, hubo recaídas, ajustes, errores y mucho cuestionamiento. Soy una fiel creyente en la bioindividualidad, y considero que, dentro de ciertos parámetros, hay que ir descubriendo qué le hace bien a cada uno. Hoy por hoy, elijo una dieta baja en carbohidratos y excluyo varios alimentos que entran en categoría “Paleo”.
¿Qué otros factores, además de la salud, influyen en la elección de tus alimentos?
Los tres factores son: salud física, sustentabilidad y valores. Pienso que, al optar por una dieta acorde a nuestra naturaleza y fisiología, es muy fácil que los tres factores estén en armonía. Desde mi visión, una alimentación “ancestral”, adaptada a los alimentos disponibles en la actualidad, es la más cercana al bienestar físico, el respeto por la naturaleza y la integridad moral y espiritual. Ya hablé sobre salud física así que vamos a lo otro:
En cuanto a la sustentabilidad, ¿no era que los pedos de las vacas destruían la capa de Ozono? Bueno, no exactamente. Así como hemos comido carne por millones de años sin dañar nuestra salud, también hemos comido carne por millones de años sin dañar al medioambiente. Desde ya que la industria de la carne es, como poco, perversa. Pero creo que hay una falla en la interpretación, ya que se pone el foco en la carne y no en la industria.
El consumo de carne en sí mismo jamás podrá ser dañino para el medioambiente, eso no tendría sentido alguno. ¿Cómo podríamos pasar millones de años evolucionando para que nuestras necesidades alimenticias (es decir, lo que nos mantiene vivos) fuera lo mismo que destruye al planeta (es decir, lo que potencialmente fulminaría a nuestra especie)?

Volviendo al concepto de las expectativas, pienso que no sólo las personas tenemos expectativas que mutan a lo largo del tiempo y se desequilibran cuando no son cumplidas, sino que los ecosistemas también. Un ecosistema es, por definición, un sistema biológico constituido por una comunidad de seres vivos y el medio natural en que viven. Una característica fundamental de los ecosistemas naturales, es que son intrínsecamente funcionales tal y como están y se mantienen solos, sin requerir de ningún tipo de intervención. Uno de los principales componentes de un ecosistema es la famosa cadena trófica o cadena alimenticia, que consiste, básicamente, en el traspaso de nutrientes entre las distintas especies de una población biológica. Así es que, un tigre obtiene nutrientes de una serpiente, que a su vez obtiene nutrientes de un sapo, que a su vez obtiene los nutrientes de una abeja, que a su vez obtiene los nutrientes de las flores, que a su vez se alimentan de sol, agua y nutrientes del suelo. Eventualmente, al morir el depredador terciario (es decir, el que está más alto en la escala jerárquica, en este caso el tigre), su cadáver dará nutrientes a los descomponedores, que pueden ser desde insectos hasta hongos y bacterias. Los descomponedores son los encargados de “limpiar” los desechos y consumir la materia orgánica para transformarla en “inorgánica”, dando cierre al último eslabón de la cadena y a la vez, permitiendo que la misma vuelva a empezar.
¿Y por qué digo que los ecosistemas tienen expectativas? Bien, imaginen qué sucedería si nos saltáramos algún eslabón, si de pronto nos diera lástima la serpiente y decidiéramos alimentar al tigre con una opción plant-based, vegana, una “beyond-snake” hecha a base de soja. No sólo sería el tigre quien no cumpliría su expectativa biológica, sino también la población de serpientes, que tienen una expectativa de ser depredadas. ¿¿¿Cómo??? ¡Sí! Todos los seres vivos cumplen ambas funciones: la de obtener nutrientes y la de darlos. La de vivir y la de morir. Si no existe un depredador que regule y mantenga bajo control el número de serpientes, habrá una superpoblación de serpientes, los sapos no serán suficientes para alimentarlas, las serpientes se morirán de hambre y el ecosistema habrá fallado. Por supuesto, este ejemplo es bastante simplista, pero la idea es ilustrar, de manera sencilla, la importancia de todos los roles. Y, demás está decir, el ser humano ha sido parte de esta cadena por millones de años. Entonces, muy en contra de la creencia popular de que el consumo de carne es “poco ecológico”, diría que lo poco ecológico son las agroindustrias y los monocultivos, que se llevan puestos ecosistemas enteros.
En cuanto a los valores “morales” o “espirituales” (a falta de una mejor palabra), siento que al comer carne estoy siendo fiel a mi naturaleza y acercándome lo más que puedo al papel que debo y deseo cumplir como habitante fugaz de esta tierra. Comer carne me hace sentir en paz, llena de energía, gratitud y armonía.
Por último, quisiera mencionar un cuarto concepto: la economía local y el comercio justo. Al optar por consumir alimentos de productores locales y achicar la distancia entre el producto y uno mismo, es más fácil asegurarnos de que las condiciones de trabajo sean justas y dignas que cuando compramos alimentos empaquetados a grandes industrias.
Voy con un ejemplo autorreferencial: si consumiera únicamente alimentos disponibles en La Cumbre, lugar donde vivo, y de pueblos vecinos, podría alimentarme de carnes, fiambres, chacinados, frutas y verduras, nueces, miel, aceite de oliva, leche, queso, yogurt, manteca, kéfir, huevos, pescados y probablemente la lista siga. Todos los productos mencionados son agroecológicos y amigables con el entorno. Y entonces se genera un sentido de comunidad y trabajo en equipo: está quien vende frambuesas y quien vende leche de vaca fresca; están el productor de yogurt y manteca y el productor de fiambres, y así, todos nos compramos entre todos sin una necesidad real de acudir al súpermercado.
Dicen que la dieta vegana es sustentable, mientras que comer carne no, ¿qué pensás de esto?
Existe un concepto referido a productos alimenticios llamado km 0. La filosofía km 0 consiste en consumir exclusivamente los productos disponibles en el territorio geográfico en que vivamos. Es decir, alimentos locales y estacionales. Es viable aplicar este concepto a una alimentación de tipo ancestral basada en carne, pero no se puede decir lo mismo de una dieta vegana. Incluso si solo se comieran frutas y verduras (lo cual no satisface nuestras necesidades nutricionales) sería tan brutal la cantidad de frutas y verduras que deberíamos comer para alcanzar la saciedad, que dejaría de ser sustentable.

Voy a tratar de ilustrar esto con un ejemplo comparativo entre un plato vegano y uno omnívoro:
- Almuerzo vegano: vamos con un ejemplo que me apareció en Google buscando “almuerzo vegano completo” (es decir, que cumpla, dentro de sus posibilidades, con las necesidades nutricionales básicas). Estofado de seitán. Sus ingredientes son: soja texturizada, lentejas, harina de trigo, hongos, aceite vegetal, ajo, glutamato monosódico, salsa de soja, salsa de tomate, metilcelulosa. Ahora desglosemos. Ya todos sabemos que para obtener la soja son necesarios los monocultivos, y para hacer un monocultivo, es necesario matar un ecosistema entero y dañar casi irremediablemente el suelo. Por otro lado, la soja no es una planta nativa de nuestro país. La lenteja también es un monocultivo y, en mi caso, debería ser transportada hasta donde vivo porque no se cultiva en Córdoba. Los aceites vegetales son sumamente perjudiciales para el medioambiente, tanto en su proceso de elaboración, envasado (plástico) y distribución, como en su función una vez que ya ha sido utilizado, pues el mismo contamina el agua y el suelo. Glutamato monosódico y metilcelulosa: ya está todo dicho, cuando no podés pronunciar un ingrediente, no es por ahí. Trigo: monocultivos. Y debo decir que fui generosa con este ejemplo, porque lo que suelo ver son “beyond-burgers” empaquetadas, galletas veganas y postres veganos e incluso gaseosas.
- Almuerzo omnívoro: Vamos con un ejemplo de lo que solemos almorzar en casa. Carne, huevos, verduras locales de estación. La carne se puede comprar local y de pastoreo, en cualquier parte del mundo y sin necesidad de empaquetados ni transporte a largas distancias. Lo mismo con los huevos. Y lo mismo con las verduras. Fin. En cuanto a la carne vacuna: se estima que con una vaca pueden comer 180 personas adultas (1 kg de carne cada una). Es decir que una sola persona podría vivir un año entero comiendo dos vacas. ¿Y de dónde obtendrá sus nutrientes la vaca? Del pasto. No necesita alimento balanceado, no necesita vivir una vida horrible en un cubículo de dos metros por dos metros. Todo eso es parte del perverso sistema industrial. Pero no nos desanimemos, existen opciones. Incluso en Buenos Aires, se puede conseguir carne de pastoreo. Creo que se trata en gran parte de salir de la queja constante y el repudio hacia el sistema y construir nuestros propios sistemas, tomar responsabilidad como consumidores.
Me parece importante hacer una aclaración: este análisis no parte de haber alcanzado yo misma una vida sustentable ni mucho menos. Aún estoy lejos, todavía compro carne en carnicerías y fruta que fue rociada con químicos en muchas ocasiones. Pero sueño con algún día tener una granja con mis propios animales y hacia allá voy, pasito a paso. El objetivo de este análisis es, en todo caso, el de derribar la idea absurda de que el consumo de carne es dañino para el entorno.
¿Y qué pensás de la falta de compasión hacia los animales que se asocia a su consumo?
La palabra “compasión” me resulta algo extraña, decidí googlearla: “sentimiento de tristeza que produce el ver padecer a alguien y que impulsa a aliviar su dolor o sufrimiento, a remediarlo o a evitarlo”. Siendo así, sí, considero que tengo compasión por los animales. Por eso mismo creo que es importante ser coherentes con el rol que ocupamos nosotros y el que ocupa cada animal y optar, dentro de las posibilidades de cada uno, por carnes de animales felices. Y por eso apunto a, algún día, tener mis propios animales en una granja de permacultura.

Compadezco a los animales que viven vidas horribles. Compadezco a las vacas recién paridas a quienes alejan de sus terneros apenas nacen. Compadezco a los terneros. Compadezco a las gallinas, a los chanchos, a cualquier animal que jamás vio ni verá la luz del sol. Pero vuelvo a lo mismo: aún existen opciones, si uno está dispuesto a elegirlas.
Con gran ternura recuerdo las muchas veces que quise comprar leche cruda y me dijeron “no, las vacas acaban de parir, por los próximos meses su leche es exclusivamente para los terneros”. O cuando quise comprar yogurt y me dijeron “no, en este momento no hay producción de leche, y por tanto no hay producción de yogurt”. ¿Entienden lo que esto significa? Pienso que podría haber ido a comprar un sachet de leche al súper y listo. Pienso que Bea, la mente y manos detrás de Craft, un bello emprendimiento de fermentos lácteos, podría haber ido a comprar un sachet de leche al súper y hacer su yogurt y kéfir con eso. Pero como he dicho y seguiré diciendo: se trata de un cambio de paradigma total. El contacto con la naturaleza nos enseña a trabajar la paciencia y a fluir con sus ciclos.
Podemos enfocarnos en la imperdonable perversión del agronegocio, ver mil documentales de vacas y pollos encerrados sufriendo, podemos odiar, culpar, quejarnos del mundo vil en el que hemos nacido. Podemos traicionar nuestra naturaleza en pos de una creencia infundada y vacía. Podemos ir por la vida comiendo hamburguesas de soja, huevo de lino y estofado de seitán con la conciencia liviana. Podemos luchar contra la muerte a costa de descuidar la propia vida y la de nuestros hijos. O podemos, también, ir un poco más allá. Cuestionar lo ya cuestionado. Ser proactivos, tomar la iniciativa, buscar soluciones, tejer redes, formar una comunidad de productores cuyos valores vayan de la mano con los nuestros. Podemos agradecer porque la vida también puede ser mágica y hermosa.
Creo que existe una confusión moral que nos lleva a pensar que respetar a otro ser vivo significa tratarlo como igual. Bueno, aclaremos algo: las personas y los animales no somos iguales, al igual que los animales y las plantas tampoco son iguales y dentro del reino animal, ningún animal es igual a otro. ¡Incluso los humanos somos diferentes entre nosotros! Según la región en que hayan vivido nuestros ancestros, nuestro cuerpo tiene diferentes expectativas biológicas, y por eso varían nuestras características físicas como altura, color de piel y ojos, forma de la nariz, etc. Cada ser vivo es diferente y ocupa un papel fundamental en el planeta.
Por otro lado, parecemos haber desarrollado un terrible rechazo a la muerte, sobre todo en Occidente. Mas negar la muerte es tan necio como negar la vida, pues ambas son dos caras de una misma moneda, ambas se mecen dulcemente al compás de su eterna danza. El tigre que se come a la serpiente y que más tarde será alimento para los gusanos y la tierra y las flores, es una bella manifestación de esta danza entre la vida y la muerte. Para que haya muerte, primero debe haber vida. Y de la misma forma: para que haya vida, primero debe haber muerte. Si hacemos las paces con la muerte, si honramos con gratitud a la vaca que hoy muere para que nosotros vivamos, si aceptamos que algún día nosotros mismos moriremos, volveremos a la tierra y seremos alimento y vida, entonces todo toma congruencia, todo fluye de manera orgánica, todo está en calma. Cuando entendí esto y dejé de luchar contra la muerte, una parte de mi corazón, encontró la paz.
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